viernes, 30 de noviembre de 2007

La tragedia de Santana

Era una mañana de cielo despejado y sol ardiente la del día 24 de julio de 1938. Al norte de la ciudad de Bogotá, en el campo de Santana, cerca a los cuarteles del Ejército Nacional, se presentaría una gran revista militar en honor de los presidentes Alfonso López y Eduardo Santos, electo. Una muchedumbre tomaba asiento en las tribunas. El concierto era verdaderamente bello: Elegancia, distinción, colorido, alegría en los rostros, orgullo en los corazones, animación y regocijo. Vida se advertía por doquier.

A las diez de la mañana se presentaron los presidentes, los ministros del Despacho, los diplomáticos e invitados especiales. Se localizaron en la tribuna central sobre la cual ondeaban los colores patrios. En la escalerilla, permanecía, con serenidad y altivez, el edecán militar, capitán Pardo Martínez, impidiendo la entrada a personas ajenas a ese círculo.

Miles de bogotanos se volcaron al campo, sin que muchos pudiesen entrar por falta de boletos o por variadas dificultades propias de estas aglomeraciones. El pueblo quedó detrás de las tribunas y, como es costumbre, "los piquetes" eran consumidos a la par que los toques marciales de las bandas de guerra.

La revista militar arrancó aplausos sonoros y entusiastas y en los ánimos se anidaba un sentimiento de seguridad ante los valerosos defensores de la Constitución y de las leyes. Para finalizar, estaban previstas maniobras aéreas. El capitán César Abadía comandaba el pelotón. Al occidente, unos puntos negros avanzaban velozmente hacia la ciudad jubilosa. Los ojos escudriñaban el horizonte y la emoción cundía. La maniobra de la "cola de ratón" se iba a ejecutar con precisión calculada.

Según el Coronel de la Fuerza Aérea, Manuel Villalobos, “la versión de que el piloto intentó arrancar de su mástil la bandera nacional fue producto, en esa época, de la imaginación de algunos espectadores profanos y cobró aceptación en la fantasía popular tal vez para relievar la audacia que caracterizaba a Abadía antes que para condenarlo. Desde el punto de vista técnico y físico tal osadía resultaba un imposible. Basta apreciar la longitud del diámetro de la hélice de un avión en sus revoluciones para comprender, sin esfuerzo, que un hombre requeriría extender su brazo, desde la posición de mando en la cabina, en proporciones inconcebibles para superar esa distancia. Y mucho más en el caso de un biplano como lo era el “hawk” conducido por el teniente Abadía”.

La conclusión de las maniobras fue la de que el ala izquierda rozó la escalerilla de la tribuna presidencial y se quebró; mató al capitán Pardo Martínez, se incendió el avión y a 40 metros detrás de la tribuna se hundió en el suelo habiendo votado en ese trayecto gasolina y fuego. En su mortal avance, varias decenas de vidas se cegaron; mutilados, deformes y quemados se multiplicaban. ¡Absurda tragedia de un día feliz! Sobre la vida, la muerte cayó voraz, sanguinaria, implacable y cruel. Después... silencio sepulcral, llantos, desesperación, terror, intenso dolor, histeria...

Continúa diciéndome el Coronel Manuel Villalobos en carta sobre este tema: “La investigación del accidente demostró que, por causa de la densidad atmosférica de Bogotá, la maniobra acrobática de “rollo lento” efectuada por el piloto a bajo nivel le hizo perder altura y que, al verse enfrentado a las tribunas, Abadía realizó un esfuerzo supremo para evitar la colisión imprimiendo a la máquina un viraje escarpado durante el cual, inevitablemente, el tren de aterrizaje alcanzó a golpear un extremo de la cubierta de la tribuna diplomática por sobre la cual pasó el avión para estrellarse, ya sin control, muchos metros detrás de tales instalaciones”.
Los muertos resultantes como consecuencia directas del accidente ascendieron a veinte. El resto, que hizo subir a 65 el total de las víctimas fallecidas, se ocasionó por el atropello de la multitud despavorida que procuraba huir del sitio del siniestro para escapar de la muerte, me asegura el mecenas de estos recuerdos, el Coronel Villalobos..

El informe técnico del siniestro fue desfavorable al capitán Abadía quien murió con el rostro desfigurado, el pecho abierto y los huesos destrozados.

Los entonces capitanes José Ignacio Forero y Francisco Santos C., el ingeniero Luis Gómez Grajales y el Inspector Técnico Justo Mariño, rindieron un extenso experticio al Gobierno sobre la tragedia y estas son algunas de sus conclusiones: “... lo que resulta incalificable, por la magnitud del error que comprende, es la última maniobra del viraje de 130 grados que pretendió ejecutar entonces, a solo veinte metros de altura y casualmente en la zona en que era casi segura la presencia de un enrarecimiento atmosférico proveniente de la irradiación del sol sobre el piso desnudo de vegetación y colmado de gentes. Se agrega, además, como agravante, la presencia de esa muchedumbre y el reducido espacio de que disponía para poder coronar con éxito su temerario intento...”. Igualmente, dicen que “constituye un error técnico por parte de cualquier piloto experto en acrobacias” realizar esa maniobra a tan poca altura.

Abadía trató de evitar la colisión contra la tribuna, procurando colocar el avión en contra-rumbo para esquivar el obstáculo contra el cual se iba a estrellar. Desgraciadamente, el ala de la máquina rozó una de las latas del improvisado tejado de las tribunas, se oyó un estallido seco y, luego, la máquina dio un salto como de campana para clavarse, finalmente, en la tierra. El mecánico de Abadía gritaba instantes después del accidente: “Yo se lo dije.. yo se lo dije.. yo se lo dije.. estaba loco...” ¿El mecánico sabría algo de la maniobra? Abadía era experto en esta clase de acrobacias y sabía siempre lo que hacía.

Ese mismo día, el presidente Alfonso López dictó el Decreto No. 1.340 por el cual el Gobierno compartía el sentimiento que había suscitado el siniestro de Santana, rendía emocionado tributo a las víctimas y declaraba duelo nacional, siendo de cargo del erario público las exequias y la asistencia de los heridos.

La tragedia de Santana conmovió a Bogotá y a toda América.

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